viernes, 13 de agosto de 2010

Sobre arte y psicoanálisis, fragmento de carlos Gustavo Motta

El Nombre Propio en la dimensión estética


Una creación de arte, una escultura, una pintura, un texto, un poema, un acorde musical, un film u otra expresión, es un relato subjetivo, una ficción propia de la naturaleza humana.

Un autor, que quizás deje de ser anónimo, relata un fragmento de su historia en la representación elegida.
Su mundo de representaciones resultará enigmático para un semejante, puesto que la dificultad se encuentra en la diferencia que una representación singular provoca.

La representación singular es la expresión de una diferencia que se dirige a un otro.
Una respuesta al vacío, a lo invisible, a lo que a nadie antes se le ocurrió, a la alegría, al horror. Es, fundamentalmente, la modalidad, la característica, lo que llamamos creación artística, es decir, la transfiguración de un lugar común.
Un lugar inventado, nuevo.
El arte produce impresiones y expresiones que inciden en la sensibilidad y permiten la afluencia del deseo: eso que es tan íntimo en cada uno de nosotros, y que nos aleja de lo inquietante, de lo siniestro, o al menos, provoca un intento de mantener a distancia el horror de aquello que nos resulta difícil comunicar.



La mayoría de las personas denomina a este proceso, ANGUSTIA.



El poder de síntesis que está en función de la siguiente argumentación, se desplaza a una obra de arte considerada como el relato de un fragmento de historia subjetiva, que puede responder o no, a la tendencia de un pensamiento de la época.



Cuando se provoca una ruptura en el modelo temporal, hablamos con seguridad, de un cambio de paradigma, entendiendo este último, como un antes y un después de lo que se muestra, de lo que se da a ver.



El arte no satisface, genera agujeros, requiere de sedimentos.



No se lleva bien con la prisa.



Alguien experimenta una representación posible que le pertenece. Seguramente esa, provocará un cambio a quien será testigo con su mirada.



La obra-en-sí logrará su objetivo: para ese espectador, ya nada será lo mismo.



Para su creador, será un breve momento de satisfacción o una huida de sus sentimientos.



En el eje del tiempo se produjo un efecto de devenir a instante.



Devenir: provocado por el artista en la construcción de su obra, en la duración de ella, en su transcurrir.



Instante: de la mirada que se ubica en el testigo, en el espectador. En su captura.



Y por sobre todas las cosas, la invención del Nombre Propio del artista: no hay "movimientos artísticos" sino singularidades excluyentes.



Estos dos conceptos, devenir e instante, pueden invertirse en su producción, también confluir en un proceso dialéctico: instante-devenir, ubicando dicho eje temporal del lado del artista.



Ello se comprende de una manera sencilla y definitiva: el arte avanza y genera mundo.



La obra de un artista merece ser tenida en cuenta, porque en ella se ha invertido un tiempo de construcción, que es único en cada uno de nosotros. Un tiempo que se desplaza al respeto de la contemplación del otro, y no, para que éste encuentre fallas, defectos, errores, falta de técnica, etc. o sólo virtudes.



Un tiempo que escribe y permite contar, ser contado y contarse.



Fragmentos o piezas que se encuentran, no siempre originales, pero sí legítimas.